La derrota de los Gallos Negros ante los Raptors del Valle de México por 24-30 en tiempo extra no fue una sorpresa; lo que indigna es que, tras una temporada caótica dentro y fuera del campo, esa eliminación parecía inevitable. Lo que comenzó con esperanza, terminó convertido en una dolorosa crónica del desastre, una más en la historia del deporte queretano.
Gallos Negros firmó su tercera campaña consecutiva sin alcanzar la postemporada. Desde aquel subcampeonato en 2022, el equipo no volvió a consolidar un proyecto competitivo, ni el talento individual ni los destellos ofensivos bastaron. En esta temporada, lo que sobró fue incertidumbre: desde un staff técnico sin respuesta, hasta una directiva que, increíblemente, no pagó salarios durante toda la campaña… el escándalo estalló antes del partido decisivo, cuando jugadores y cuerpo técnico denunciaron públicamente la falta de pagos, un incumplimiento grave que los puso al borde de no presentarse a jugar. Sólo el compromiso con la afición y el profesionalismo del vestidor salvaron el cierre de temporada.
El resultado fue apenas una consecuencia de ese desorden, Gallos arrancó con intensidad, mostró destellos de calidad, e incluso llevó el partido a tiempo extra, pero los errores en momentos clave terminaron por sellar su eliminación, un reflejo perfecto del estado actual del equipo: talento desperdiciado, esfuerzo sin dirección y promesas incumplidas.
Pero el problema va más allá del emparrillado, la franquicia sufre de un mal estructural, compartido por muchos de los proyectos deportivos que han pasado por Querétaro. Pareciera que, en esta ciudad, hay una maldición para los equipos profesionales: ninguno logra consolidarse como se espera. Gallos Blancos, entre descensos administrativos, sanciones y constantes cambios de dueños, nunca termina de despegar. Los Conspiradores en el béisbol han tenido más intención que impacto. Los extintos Libertadores en basquetbol, desaparecieron casi sin dejar huella. Y ahora los Gallos Negros se suman a esa lista de decepciones.
Y lo más frustrante es que Querétaro tiene todo para ser una potencia deportiva: infraestructura de primer nivel, una afición apasionada, recursos económicos y una ubicación privilegiada. Es una plaza que responde, que consume deporte, que se entrega, pero una y otra vez, los proyectos fracasan, ya sea por mala planeación, corrupción, improvisación o simple falta de compromiso institucional.
El caso de Gallos Negros es paradigmático. Un equipo con buena base de talento, con potencial comercial y con una afición creciente, destruido por una gestión irresponsable que ni siquiera cumplió con las obligaciones básicas hacia sus jugadores. El cuerpo técnico, liderado por Carlos Strevel, no logró establecer un sistema funcional, pero el problema de fondo no fue el coacheo, sino la ausencia de proyecto.
La LFA, que busca consolidarse como una liga profesional y estable, no puede permitirse franquicias con este tipo de fallas estructurales; casos como el de los desaparecidos Galgos de Tijuana no deben repetirse, sin embargo, en Querétaro todo apunta a un camino similar: una franquicia al borde del colapso, sin certidumbre financiera, y con más sombras que planes.
Gallos Negros cierra 2025 sin playoffs, sin salarios pagados, sin identidad clara y con un futuro incierto. Y en el panorama más amplio, la ciudad de Querétaro vuelve a quedarse esperando que el deporte profesional funcione como realmente puede hacerlo. No basta con tener estadios y afición, se necesita compromiso, seriedad y gestión responsable. El deporte queretano no está maldito… está mal administrado. Y mientras eso no cambie, los proyectos seguirán cayendo uno a uno, dejando tras de sí solo frustración, deudas y una ciudad que merece mucho más de lo que hoy se le ofrece.