¿Acierto o error de La Maquina?

 

 

La Máquina Cementera de Cruz Azul volvió a rugir en lo más alto del futbol continental. Ganó la Liga de Campeones de la Concacaf con autoridad, goleando 5-0 al Vancouver Whitecaps y cerrando una campaña que, bajo cualquier parámetro, puede calificarse como un éxito rotundo. Pero apenas unos días después, la directiva decidió cortar de raíz la gestión de Vicente Sánchez, el hombre que los condujo a esa gloria. ¿Cómo entender semejante decisión? ¿Se trató de una traición a quien les devolvió la grandeza o de una jugada fría pero necesaria para construir un proyecto de largo plazo?

Sánchez no llegó como solución definitiva, fue un bombero que asumió tras la salida de Martín Anselmi, y aun así, entregó resultados inmediatos: solidez, orden táctico y títulos. No cualquiera toma las riendas de un club en plena transición y lo corona campeón continental; Vicente lo hizo. Pero en el futbol, la memoria es corta, y en Cruz Azul parece que el mérito cuenta menos que el currículum.

Porque lo cierto es que la institución ya tenía en la mira a Nicolás Larcamón, no es un improvisado: hizo milagros con Puebla, llegó a la gloria con León en otra Concachampions y brevemente dirigió en Brasil. Su estilo, proactivo y tácticamente versátil, convence a una directiva que quiere más que triunfos: busca una identidad, un sello. Y eso es válido, lo que se discute no es la calidad de Larcamón, sino el mensaje implícito en la forma en que se manejó la salida de Sánchez.

En un entorno como el mexicano, donde los títulos no caen del cielo y donde Cruz Azul ha sufrido décadas de decepciones, ¿no merecía Vicente al menos una oportunidad real? ¿Un torneo más? ¿Una evaluación seria sobre su capacidad como gestor de grupo? El discurso de “mutuo acuerdo” suena a eufemismo. La verdad es que, pese a los trofeos, nunca lo vieron como el rostro del futuro.

Es aquí donde surge la disonancia ética... ¿Qué tipo de institución quiere ser Cruz Azul? ¿Una donde solo los proyectos a largo plazo importan, aunque el éxito inmediato no se valore? ¿O una donde se reconoce al hombre que logró lo impensable y se le permite construir con más tiempo? Lo segundo parecería lógico, justo. Pero la directiva eligió lo primero, lo hizo con determinación, e incluso con eficiencia, pero dejó un sabor amargo en la boca de miles de aficionados.

La salida de Vicente Sánchez no es solo una decisión técnica, es una declaración de principios: en esta Máquina no se perdona ni el éxito si no eres parte del plan maestro; y aunque eso puede verse como profesionalismo, también bordea la deshumanización. En un deporte donde la pasión lo es todo, traicionar a quien te dio títulos puede ser más costoso a largo plazo de lo que parece.

Por supuesto, el tiempo dictará sentencia… si Larcamón transforma al equipo en una versión moderna y constante de lo que fue en los noventa o en 2021, la apuesta será validada. Pero si Cruz Azul vuelve a perder el rumbo, esta jugada quedará marcada como una traición innecesaria, una oportunidad desperdiciada para consolidar un nuevo ídolo. Vicente Sánchez ganó, convenció y se fue, esa es la lección más dura: en el futbol moderno, a veces ni la gloria basta.

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