El prestigio en el mundo del fútbol se consigue de varias formas. Existe uno adquirido por costumbre, por historia, llamémosle por tradición. Por ejemplo, en el continente, los jugadores de Brasil o de Argentina, son los mejor posicionados y los más cotizados gracias a sus antecesores, a todos esos cracks que han dejado huella en las canchas que han pisado. No es casualidad que sean los dos países que más jugadores exportan en América.
Después está el reconocimiento por ser campeón del mundo, mismo del que ahora gozan los jugadores de la selección Argentina. En varias entrevistas se les ha visto a los compañeros del Dibu Martinez en Aston Villa, de Lisandro en el Manchester United, de Julián Álvarez y de Rodrigo de Paul en el Atlético de Madrid o de Alexis MacAllister en el Liverpool, rendir sus respetos a sus compañeros campeones del mundo; incluso varios de ellos ya han sido capitanes de sus equipos, la copa te da prestigio, o como dicen ahora, aura.
Ser de un país que a nivel internacional ha ganado muy poco y que además, cuenta con poquitos jugadores que han sido parte de clubes grandes, solo implica que es un objetivo que hay que seguir persiguiendo, un camino que hay que seguir transitando. Recuerdo que cuando fui al museo de River Plate en Buenos Aires, mis compañeros y yo estábamos mirando el muro en el que, por orden alfabético, están escritos todos los jugadores que han pasado por River. Había decenas de uruguayos, y ante la obligada pregunta de si había algún mexicano, respondí con alivio que en la A debía estar Alberto García Aspe.
Hay muy pocos, pero lo bueno es que los hay, Chucky siendo campeón con el Napoli, Guardado capitaneando al PSV, Héctor Herrera usando el brazalete del Porto, los 5 botines de máximo artillero de Hugo Sánchez con el Real Madrid y los videos de sus icónicas piruetas que se exhiben en el museo del Bernabéu, Rafa Márquez usando el histórico número 4 en ese Barcelona de época, Sir Alex Ferguson gritando los goles del Chícharo con la cara en el Manchester United y Carleto festejando anotaciones muy lindas de Javier con la camiseta merengue, Héctor Moreno con un breve paso por la Roma, De Nigris fichando con el Santos de Brasil, el Matador jugando con Maradona en Boca y ahora Santiago Giménez usando la mítica 7 de Shevchenko en el Milan.
Santiago Giménez quería llegar a un equipo grande y lo logró. El artillero ex Feyenoord tiene una historia muy peculiar que no hay que pasar por alto, su padre, como tantos otros extranjeros que vienen al fútbol mexicano, decidió quedarse a vivir acá, y su hijo tiene un poco de esa sangre argentina corriendo por sus venas, pero sobre todo, tiene un cariño inmenso por su país y un deseo de trascender que habría que enmarcar y utilizar como ejemplo.
Hay varias aristas a tomar en cuenta en la llegada del Bebote a Italia. Lo primero es que Milan es una ciudad super pambolera y la afición le va a exigir al mexicano, si Santi cumple, puede ser un ídolo para los tifosis. El otro contexto a tomar en cuenta es el de la dirigencia deportiva, la cual atraviesa un mal momento desde que Berlusconi vendió al equipo en el 2010.
Dentro del terreno de juego, el rossonero busca renacer de las cenizas con este mercado invernal en el que renovaron la plantilla dejando ir a 5 jugadores y trayendo a otros 5 de mejor calidad, al menos así lo declaró Zlatan Ibrahimovic en conferencia de prensa.
Lo cierto es que con 23 años, Giménez buscará convertirse en un jugador histórico para ese club gigante que es el Milan, y así, añadir una página más a la historia de los mexicanos en Europa para así, poder seguir inspirando a esos chavitos que desde ya, compraron su playera del Milan en el mercado y se salen a jugar una cascarita en la canchita de su colonia, soñando con hacer goles como los que hace el nuevo centro delantero del Milan, Santiago Giménez.