MUNDIAL QATAR 2022

El mundial es tal vez la moda deportiva más imponente del planeta, es una idea que se  materializa en emociones y sentimientos ¿acaso en un sútil nacionalismo? Ya que 11 personas con la camiseta de un mismo país  se enfrentan a otras 11 de otro en búsqueda de quién será el mejor equipo del mundo. Es también moda porque mucho del contenido mediático de los 32 países (y de alguno como Italia también) gira en torno a este campeonato,  prueba de ello es que el diario El País, en su columna “Filosofía inútil” decide entablar una especie de diálogo con el lector a través del texto escrito por Jaime Rubio titulado “El gol ético de Qatar”.

La pregunta que nos deberíamos plantear todes tal vez sea ¿Está bien mirar el mundial tras saber que durante el proceso de construcción de los estadios en los que se jugarán los partidos murieron alrededor de 6.500 trabajadores y que además, el país en el que  se celebra permite la discriminación de mujeres y personas LGTB+? Jaime asegura que cada vez resulta más difícil evaluar nuestras acciones por culpa de la complejidad de la vida contemporánea, y para ello pone un ejemplo suscitado en una serie de Netflix llamada The Good Place. Con solo comprar un tomate, dice Michael (interpretado por Ted Danson), contribuimos al calentamiento global y apoyamos el uso de pesticidas tóxicos y el trabajo mal pagado. “Los humanos piensan que están tomando una decisión, pero en realidad están tomando docenas de decisiones que no saben que están tomando”.

Abordar nuestra decisión sobre mirar o no el fútbol desde el consecuencialismo, terminaría tal vez haciéndonos sentir mal por mirarlo, pero es verdad también que apoyar y creer en la selección es algo casi automático, podremos ser las personas más objetivas durante todo el proceso mundialista, pero llegado el momento, llegada la instancia en la que el árbitro silba el inicio del juego, a todos los que nos gusta este deporte se nos aviva una, aunque sea mínima, esperanzadora llama, un sentimiento que en nuestra mente va transformando y dándole fuerza a la posibilidad, porque al fin y al cabo, son 11 contra 11 y en el fútbol todo puede pasar.

Aún así, a pesar de la pasión, creo que como individuos que formamos parte de una sociedad, deberíamos de tener la valentía y la objetividad para comunicar y exigir que una gesta deportiva de tal magnitud y que tanto nos emociona, se celebre desde la empatía, el respeto y la escucha. De alzar la voz para decir que es muy contradictorio que un deporte que promueve, casi sin querer, la igualdad de posibilidades, la poesía y los acontecimientos más impensados dentro de una cancha, surja en un contexto tan desigual. Como espectadores podríamos generar un cambio, pero el cambio debe estar acompañado de un plan, y ese plan debe involucrar a más que a unos cuantos. Miremos el mundial, intentando separar el deporte del negocio, y sabiendo que, este mundial, de cierto modo, promueve valores que no nos hacen mejores, porque como lo dijo Roberto Herscher en su libro Periodismo narrativo: “Las guerras son posibles, entre muchas otras causas económicas, políticas y sociales, porque somos incapaces de ver al otro como un otro yo”.

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